jueves, 22 de septiembre de 2011



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Sapo verde

Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo... Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre, con muchas palabras:
— ¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
— Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
— ¿Piensa pintar la casa?
— Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del charco.
Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron en bandada para el charco.
— Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las patas.
— ¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas.
— Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
— Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al cha
rco para esconderse, y se quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como locas.
— ¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hac
ía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz bien alta:
— ¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con
su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.

 FIN 

De Graciela Montes




Los sueños del sapo
Una tarde un sapo dijo:
- Esta noche voy a soñar que soy árbol. Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva. Era feliz; iba a ser árbol esa noche.
Todavía andaba el sol girando en la vereda del molino. Estuvo largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido. Esa noche el sapo soñó que era árbol.
A la mañana siguiente contó su sueño. Mas de cien sapos lo escucharon:
- Anoche fui árbol - dijo -, un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos. Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.
El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga. Esa tarde el sapo dijo:
- Esta noche voy a soñar que soy río. Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.
- Fui río anoche - dijo-. A ambos lados, lejos tenía las riberas. No podía escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos pañuelos en el puerto. la misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está quieta, es la espuma que anda; y que el río siempre está callado, es un largo silencio que busca orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi peces, nada más que peces. No me gustó ser río.
Y el sapo se fue, volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los límites del perejil. Esa tarde el sapo dijo:
- Esta noche voy a soñar que soy caballo. Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos vinieron de muy lejos para oírlo.
- Fui caballo anoche - dijo-. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser caballo.
Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:
- No me gustó ser viento.
Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:
- No me gustó ser luciérnaga.
Después soñó que era nube, y dijo:
- No me gustó ser nube.
Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua
-¿Por qué estás tan contento? - le preguntaron.
Y el sapo respondió.
- Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo.

Fin 

Javier Villafañe


El Maravilloso Mundo de los Libros

El Maravilloso Mundo de la lecturaEl timbre de salida sonó y los niños salieron de sus aulas de clases apresurados por llegar a sus casas para ver TV, jugar con sus videojuegos, pelota o en la computadora. Todos los días era igual eran muy pocos los niños que llegaban hacer sus deberes, estudiar o leer.
La biblioteca apago la luz, no había nadie la escuela estaba desierta, un suspiro desesperanzador se escucho desde un estante. El libro de cuetos salía de un rincón diciendo muy triste.
-Otro día más, y los niños ni nos miran
-Si lo hacen.- respondió el libro de lectura
-Claro a ti si porque tienen que aprender a leer -
También leen la enciclopedia.- replicó.
-Claro que si por si no los reprueban, eres el libro que lo sabe todo o casi todo. Ya ninguno lee como antes.
-Es verdad ni las aventuras les atraen.- el libro de aventura salto a la mesa, girando para dirigirse a los demás libros, que ya estaban atentos.
- Tenemos que hacer algo, tenemos que de alguna manera lograr de nuevo su atención
-Pero ¿Qué podemos hacer?- la novela clásica.
-Hermosa dama, no tengo ni la menor idea, pero pensemos somos libros inteligentes, ¿no?
-Claro que si somos libros inteligentes.- grito rebelde la novela contemporánea.
-Dinos sabio que podríamos hacer.- pregunto clásica con su voz dulce y pausada
-Pues verán a mi se me ocurre preguntar al abuelo.- la enciclopedia volteo a mirar el donde se hallaba el viejo libro, que hacía rato los escuchaba desde su rincón, era el libro de historia. Los miró con dulzura se acomodo los lentes miro a todos y dijo.
-Mis hijos queridos, todo lo que acá se hablado es muy cierto, estamos olvidados no solo por los niños si no por los adultos, no es obligatorio que las personas tengan que leer, sin embargo la tecnología no está ganado, no me mal interpreten la tecnología no es mala solo que la practicidad ha hecho que olvidemos lo bello y recreante que es leer un buen libro.
-¿Qué podemos hacer abuelo?- preguntó el libro de aventuras
-Consultar al libro mayor
-¿Y qué es el libro mayor?-preguntó el chiquillo
-Es el libro donde se guarda la magia de todas las historias escritas y las que están por escribirse
- Es decir que todos nosotros salimos de allí.- preguntó el pequeño niño que no era otro que el abecedario
-No exactamente mi pequeño abecedario, allí se guardan las historias después de escribirse, el maestro de las letras le otorga al hombre el permiso para usar la magia, y así escribir desde novelaspoemas, cuentos y libro de textos y en fin todo aquello donde pueda llevarte la imaginación.-
Todos los libros escuchaban con atención al viejo sabio, este sonrió al mirar el rostro de admiración de sus oyentes que no conocían la historia.
- ¿Y entonces como se llega allá…?
- No tan rápido mi apasionado lectura, esto es cosa de mayores y tu estas muy chico
- Ya tengo doce.- contesto altivo.-
- No se trata de la edad si no de combinar la experiencia con el desenvolvimiento.- contesto el abuelo
- Yyyy yo tengo la experiencia.- se apresuro aventuras
- Y yo la desenvoltura.- agrego clásica -
Es cierto, estoy muy de acuerdo.- dijo el abuelo
- Entonces no se diga mas.- terminÓ de hablar sabio Todos lo apoyaron, se decidió que Clásica y Aventura fuese a ver al libro mayor.
-Ahora querido abuelo ¿cómo llegamos allá?.- preguntó Aventura con su tono jovial
-Cuentos ábrete en la página de las hadas.
Cuento saltó a la mesa, abrió sus páginas donde le indicaba el abuelo, y una luz salió de las páginas conjuntamente con una hermosa escarcha dorada que se convirtió en una hermosa hada, todos quedaron maravillados
-Hola a todos.- su voz armoniosa dejo a todos encantados
-Hola endrina reina de las hadas te hecho venir porque…- la bella hada interrumpió
-Ya se querido abuelo he estado escuchándolos y me encanta la idea de ayudarlos, estoy muy feliz por su iniciativa de estimular a los niños en el maravilloso mundo de los libros
-Así es, debemos consultar al libro mayor.- dijo Aventuras
-Y yo los llevare gustosa con mi magia, agitó su varita mágica y Aventura y Clásica fueron llevados en una envoltura de luz y escarcha a un sendero, que subía a una montaña de piedras que estaban formado de letras y números.
-Aquí es. – dijo Clásica
-Andando.- Contestó su compañero
Se pusieron en marcha, hasta llegar a la entrada de una cueva de una cual salía una radiante luz. Entraron cautelosamente y en un pedestal de mármol se hallaba un gran libro abierto de donde irradiaba la luz resplandeciente y hermosa, los dos libros se alegraron pero cuando trataron de acercarse unos libros con armaduras le trancaron el paso
-No pueden pasar sin autorización -identifíquese…
-Déjelos pasar se escuchó una voz suave -pero maestro tengo ordenes…
-Si lo se capitán pero ellos son amigos
Este abrió el paso, Clásica y Aventura entraron y vieron a un hombre muy viejo de barba y túnica blanca.
-Somos… -si lo se, Clásica y Aventura y se a que vienen también y yo los ayudare, soy el maestro custodio del gran libro de la sabiduría…soy el guardián de las letras…- dijo sonriente.
-Maestro tenemos que llevarle a los niños el secreto del gran libro para que tomen amor a la lectura…
-Si lo comprendo el problema es que ningún libro puede acercarse a nuestro gran libro, solo puede acercársele un humano, y como el deseo de ustedes es que un niño tome amor por la lectura, deben traer a un niño. Verán los libros fueron creados por que el maestros de los dones les otorgo el permiso, para escribir y crear historias ya sean reales o imaginarias. Es por eso que solo un humano puede acercarse al libro mayor.
Aventura y Clásica fueron y trajeron con la magia de las hadas al niño que podría ayudarles. Gustavito eran un niño aplicado pero no le gustaba mucho la lectura, al principio pensó que soñaba pero luego se dio cuenta que todo era verdad, se acerco al libro y vio maravillado todo el mundo mágico que salía de allí imagínate si yo leyera todas estas historia entraría a ese mundo donde puedo encontrar lo que quiera.
-Si corazón, este mundo de fantasía se abre ante ti y te ayuda a abrir tu mente y desarrollar tus dones, puedes compartir la lectura con el otro invento y también mágico del hombre el Internet incluso compartir tu experiencia y que otros te sigan, no sería lindo.- Clásica le hablaba con tanto cariño que parecía música cada palabra.
Gustavito asintió sonriente.
-No tiene que gustarte todo tipo de lectura eso es lo maravillosos de los libros, puedes escoger lo que te apasione mas y leer lo que te apetezca.- agrego aventura.
El maestro los miraba complacido y acabó diciendo
-Los libros te brindan un mundo abierto de posibilidades, para conocer mundos de fantasía, aventura, amor, historia conocimiento
-La Internet también me lo proporciona
-Así es y gracias al Internet te puedes acercar más a la lectura, investigar y conocer, pero los libros los puedes llevar contigo a toda hora, y ahorras electricidad que es bueno para el medio ambiente y puedes descubrir a través de ellos tu potencial y quien dice que no te conviertas tu en escritor, muchos de ellos nacieron al descubrir lo que podían aportar cuando leían, la modernidad nos lleva a la tecnología para facilitarnos en nuestros día a día mas agitado comodidad, pero no hay nada más gratificante que leer un buen libro en un parque, en un café, en nuestro hogar créeme puede ser relajante, lee en Internet y busca tus alternativas en ella pero no descartes nunca un libro en tus manos.
Gustavito lo escuchaba atentamente y comprendió las palabras del maestro, asintiendo con la cabeza, sonrió y dijo finalmente
-¿Y cómo sabré que todo esto no fue más que un sueño?
-En tu corazón sabrás que no lo fue, buscaras la forma de contar tu experiencia… dijo Clásica
Así fue como Gustavito escribió un cuento que se publico en Internet y de allí saco un libro y contagio con sus historias a muchos niños que cada día gustaban más de leer. No te obligues a leer deja que fluya ante ti la magia de escoger que lectura te atrae más, y lee de a poco empieza de a chiquito y ve conquistando cada día el amor a la lectura, y descubre “El Maravilloso mundo de los libros”.

Fin

Carmen María Rondón Misle